viernes, setiembre 23, 2005

15 Minutos

En un día normal podía hacer el camino casa/colegio, colegio/casa, en unos diez minutos mas o menos. Si se daba prisa fácilmente hacía el recorrido en siete minutos. Debidamente cronometrados, como no podía ser menos en alguien con tanta fama de chancón (estudioso, si lo prefieren).

Pero este día era distinto: no sólo fue la ceremonia de clausura del año escolar, sino que, además, el año escolar que se clausuró fue el último del colegio para él. Este era el día en que el colegio quedaba atrás para siempre.

La ceremonia había durado un par de horas, y palabras van, palabras vienen, felicitaciones de más felicitaciones de menos, le habían entregado cinco diplomas: Primer puesto en el año que culminó, Premio de excelencia por los cinco primeros puestos obtenidos en los cinco años de secundaria, Primer puesto en el concurso de Ortografía inter colegios de La Libertad, y dos más que no me mencionó de qué eran.

Era pues su día importante, y quería saborear cada minuto de retorno a casa. Caminaba lentamente tratando de que quienes pasaran por su lado se dieran cuenta de los Diplomas que llevaba. Mas cortés que nunca (interesado, diría yo) saludaba a cuantos se le cruzaban en el camino.

Se moría de ganas por ver la expresión de Papá y Mamá al mostrarles los Diplomas, sin embargo se cuidaba de acelerar el paso. Después de todo era un día soleado; un día que compartía y reflejaba su alegría.

En ese momento no pensaba en los amigos que dejaba atrás (a decir verdad nunca lo hizo, y no porque fuera una persona insensible). Pensaba, mas bien, en cómo entraría a casa, y si debía mostrarse feliz, o hacer como que la cosa no era muy importante.

Llegó finalmente a casa (15 minutos debidamente cronometrados, como no podía ser de otro modo en alguien tan estudioso). Papá y Mamá habían salido, pero no perdió por ello la sonrisa de los labios. Inteligente como era, encontró otra solución: extendió sobre la mesa de la sala los cinco diplomas, y se encerró en su cuarto a leer (ya estaba por acabar "El Corsario Negro", de Emilio Salgari). Papá y Mamá, al entrar (la puerta de ingreso daba a la sala) necesariamente se iban a dar de lleno con los Diplomas, y entonces, seguramente irían a buscarlo a su cuarto para felicitarlo, o cuando menos lo llamaría a la sala para lo mismo.

Se concentró mucho en la novela, con esa concentración que ahora ha perdido, pero que entonces le permitían leerse libros de 600 páginas en unos cuantos días. Pasaron un par de horas (ya sería como la una de la tarde), y hacía una hora que Papá y Mamá habían llegado a casa, pero no habían ido a verle y no llamaron. "Qué raro pensó" y siguió leyendo.

La lectura debió estar poniéndose triste (hay libros de aventuras que tienen final triste) porque los ojos le brillaban, y de vez en cuando se pasaba la manga del polón por ellos.

Pero no estaba pensando en los amigos que perdió ya para siempre, sino en lo que se le estaba perdiendo a él para siempre... no importa, en fin, como que la cosa no era muy importante.

Al rato (ya no le importó cuanto tiempo más pasó, lo que sí era de extrañar), oyó la voz de Mamá llamándolo a él y a sus hermanos para almorzar. Como aún siguió en su cuarto, Mamá lo volvió a llamar, y él cerrando el libro (terminado por fin, como tantas cosas que ese día habían terminado) contestó, haciendo un poco de esfuerzo porque algo seco y doloroso en la garganta le impedía contestar normal, "Voy, Mamá".

Se volvió a pasar la manga del polón por los ojos, también por última vez, y salió de su cuarto.

lunes, setiembre 05, 2005

Mi lado sensible

Ya saben uds. que suele decirse que los hombres tenemos un lado femenino, que ese lado femenino evidencia nuestra mayor o menor sensibilidad artística, y que todo ello está relacionado al mayor o menor desarrollo del hemisferio cerebral izquierdo.
Es moneda corriente y no pienso explayarme sobre ello.
El tema es que muchos de los hombres nos matamos la vida buscando cómo exactamente se manifiesta nuestro lado femenino, y la mayor de las veces nos damos con puertas tapiadas.
A mí felizmente me libraron de esa búsqueda, hace unos cuatro meses. Dos médicos de distintas clínicas (neurocirujanos ambos) coincidieron en que sí tengo efectivamente un lado femenino, en que tal lado femenino sí se manifiesta expresamente en mí, y hasta le han puesto un nombre que se parece al de los roedores en los que pensamos cuando no pensamos en nada.
Migraña, o algo así.