jueves, junio 22, 2006

What the difference does it make?

El mundo es plano, el tiempo es plano, los acontecimientos externos son planos... o al menos son planas las percepciones que tengo de todo ello.
Qué importan las series de Discovery Channel, los noticieros, las radios, si todo es una constante y continua repetición?
La radio, las emisoras reggaetoneras, las adulto-contempo, las salseras, hasta la doble nueve y su full música en inglés, no hace sino atontarnos con lo mismo que ya se escuchaba cuando nací y lo mismo que seguirá escuchándose, probablemente, cuando muera.
La diferencia hay que buscarla cada vez más acuciosamente.
Los argumentos rebuscados y pretenciosamente brillantes ya no son un estímulo para leer libros...
La diferencia hay que buscarla en la escritura misma, en la forma cómo se narran los hechos, en cómo las palabras son estructuradas para llevar al idioma a su máxima expresividad.
Las noticias trágicas ya no alteran casi, porque las tragedias personales o grupales se repiten cada día en todas partes, y todas partes llegan a ser ninguna.
La diferencia no sé dónde hay que buscarla, pero a veces hay diferencias y ésas son finalmente las que importan para el desarrollo de la percepción, para el desarrollo personal como ser humano y no como ganado con nombre propio.
El domingo 25 de junio se celebró el día del padre. Noticia irrelevante.
El lunes 26, en algunos noticieros destinaron unos cuantos minutos para pasar la tragedia de un padre que había perdido a su único hijo, de apenas año y medio, justamente el día del padre. Había muerto a causa del virus del VIH, por una transfusión de sangre infectada que le hicieron, al igual que a otros seis niños, en el Hospital del Niño, hace casi un año. Noticia triste, triste coincidencia, como bastantes otras.
Se puede emitir muchos juicios de valor sobre tal hecho, que pueden resumirse en: En el Hospital del Niño no sólo hay incompetentes, con responsabilidad administrativa, sino también delincuentes hijos de puta con responsabilidad penal. Que, como sucede en todos los casos, le han fregado la vida a seis o siete parejas, y en lugar de resarcirlos, cuando menos económicamente, ya que otra cosa no pueden esperar, se los pasea bajo el ardid de "la indemnización, de corresponder, debe ser declarada judicialmente".
Pero esos juicios de valor, con ligeras variantes, pueden hacerse para casi todos los casos trágicos de los que tenemos noticia diariamente.
Hay una diferencia, sin embargo: se acerca el reportero al padre, de espaldas en un primer momento, llorando ante un pequeño ataúd blanco. Se vuelve aquél, y la cámara le enfoca el rostro: No debe tener mas de treinticinco años, es trigueño, cabellos negros y lacios, despeinado, ojos rojos y tristeza como parte de sus rasgos. Dice mas o menos lo siguiente, con la voz entrecortada: qué iba a esperar que esto pasara, pensé que mi hijo iba a ser mas fuerte que yo, que iba a tener mas cosas que yo... que iba a estar mejor; nació, incluso, en un hospital.
Algo afectó en mi esas palabras, eso no suele oírse en los noticieros, por lo general "los deudos" (para incorporar un término periodístico) exhiben su pena y solicitan ayuda económica. Para él, que su hijo haya nacido en un hospital, qué importa que sea del estado, era un peldaño mas arriba de lo que seguramente le había tocado a él (como imagen de fondo, además del ataúd, los candelabros y las cortinas habituales, hay paredes sólo de ladrillos, sin enlucido, y unos cuantos banquitos de plástico), traído al mundo probablemente por una partera en un cuarto de piso de tierra apisonada, paredes de adobe y techo de calamina.
Lo mejor que quiso para su hijo, lo mejor que pudo hacer por él, terminó siendo lo peor.
Ésa muestra de dolor, es una de las pocas evidencias que de vez en vez tenemos de que el mundo no es plano, que el tiempo es curvo, que hay cosas distintas a lo ordinario, que somos humanos y no sólo una manga de desadaptados en sociedad.
Ésa muestra de dolor, es una de las pocas cosas que sacuden de verdad, sin cavilaciones ni reticencias, que hacen saber que podemos hacer nuestro el dolor ajeno.

viernes, junio 16, 2006

Un poema no empezado

Sólo lo he visto derrumbarse un par de veces en toda mi vida. La primera vez, cuando uno de mis hermanos decidió irse de casa teniendo 16 o 17 años, para vivir con su enamorada. La segunda vez, cuando le robaron la totalidad de su sueldo de ex policía.
En ambas oportunidades se tumbó boca abajo en la cama, la cabeza sobre los brazos, y no se levantó en todo el día.
En ambas oportunidades todo en la casa se puso gris y callado.
Nunca he conversado con él sobre esos temas, fundamentalmente porque casi nunca sostenemos conversaciones largas. Cuando yo era pequeño me cohibía su sola presencia, ahora que paso los treinta soy igual de lacónico que él, y casi no tenemos mucho que decirnos.
Serio y tan poco propenso a las muestras de afecto, papá intentó evitar que me fuera de casa también yo. Recién estaba por cumplir 19 años y ya casi había obtenido mi traslado a una universidad de Lima. Él se apareció un día por allí y nos fuimos a comer. Casi no hablábamos, y cuando lo hacíamos era solo para preguntar sobre cómo andaban los demás.
Justo antes de despedirse me dijo, ya eres mayor de edad y no voy a cuestionar tu decisión, sin embargo piensa que aquí no tendrás las comodidades que mal que bien tienes en casa, aquí no estará tu mamá para atenderte cada vez que lo necesites, ni estarán tus hermanos o yo para apoyarte en lo que se pueda.
Estaba yo ciego y sordo, porque la juventud a veces es como una mano que te tapa los ojos y los oídos para todo lo que es distinto a lo que quieres que sea.
Papá tenía razón, porque para que todo vaya bien siempre faltó que ellos estuvieran, tan solo estuvieran, no mas que eso, aquí conmigo.