Recuerdo que, como tantas otras veces, me pidieron que recitara una poesía frente a todos los alumnos formados en el patio de la escuela, luego que se cantara el himno nacional. En ese entonces era un tanto aplicado en el arte de la declamación (suena pomposo, no?), y como tal había que mover las manos poniendo énfasis en determinados versos o estrofas enteras.
Viene a mi mente claramente, incluso, la vez en que tenía algo en la mano, y como no pude guardarlo a tiempo, al recitar levantaba una mano y pasaba el objeto a la otra y así sucesivamente. Recuerdo las risas, y mi absoluta indiferencia a ello.
Recuerdo que, como tantas otras veces, me puse a buscar con la mirada, lleno de miedo, el rostro de alguno de mis hermanos o de Papá (en ese entonces Profesor de la escuela). No recuerdo a cual de ellos vi, pero sí que, como todas las veces anteriores en que encontré el rostro de alguno de ellos, me puse a llorar delante de todos, y me bajaron sin terminar de recitar.
Recuerdo el temor, o vergüenza, qué se yo, con tanta nitidez que a veces me sonrojo y siento pena por el niño pequeño que fui.
Dejé de recitar e inclusive, dejé de aprenderme de memoria los poemas que me gustaban, con una tenacidad tal que incluso ahora huyo de ellos.
Mas grandecito ya, en secundaria, escribía poemas y algunos los vendía. Nunca supe a ciencia cierta cómo se enteraron de mis poemas, ni como empezó esto de los poemas a pedido (acrósticos, sobre todo), pero lo que si sé es que los que yo consideré "poemas míos" de verdad, nunca los mostré a nadie, hasta que los destruí.
Escribidor eventual, ahora, de posts carentes de pretensiones literarias. No puedo evitar pensar que lo que digo no vale la pena ser dicho, o más exactamente, no vale la pena ser dicho en la forma como lo hago.
Mientras escribo corrijo una frase u otra, sustituyo una idea por otra. Cambio párrafos enteros que puedan mostrarme demasiado. Mientras escribo sustituyo a veces la idea primigenia por otra menos parecida a lo que efectivamente quise escribir.
Publico un post, y a veces me asalta la angustia de encontrar un reproche escrito por algunos de quienes me gustaría que aprecien esto que escribo, pero a los que, estoy seguro, nunca contaré que lo hago.