A Mamá le causó bastante gracia cuando, hace muchísimo tiempo, en la época en que estudiaba inglés y creía dominarlo sin dominar siquiera el español aún, le regalé un poema mío escrito para ella en inglés, diciéndole “el próximo año, si te portas bien, te lo traduzco”. Estaba feliz, imagino, por el hecho de recibir un poema de su hijo, y quizás también por esa alegría extraña que aveces da tener algo para uno sin entender aún su significado pero intuyéndolo.
El siguiente año yo ya no estaba en casa, y uno de mis hermanos se lo tradujo. Recuerdo poco lo que escribí, pero lo que más recuerdo es lo triste que me puse cuando me contó al teléfono que le hubiera gustado tenerme en casa, delante suyo, leyéndole el poema prometido.
Los años, por los que uno transita como derritiéndose de adentro para afuera, se fueron llevando de a pocos las modulaciones de mi voz, y las expresiones que quería usar para, al volverla a ver, inventar un poema nuevo, ya en español, ya para ella sin condiciones; y ahora seguro me ve solo como al hijo que le manda un regalo por la agencia, y le cuenta por teléfono el contenido del regalo esperando que le guste.
Y es que las palabras bonitas que puedo decir me vienen siempre condicionadas también a mí. Las puedo poner en el papel ahora que nadie me ve, pero no las puedo expresar con mi voz. Le digo al teléfono “te quiero mucho mamá” y me gustaría que ella se diera cuenta que ése es mi poema en otro idioma que le dedico cada vez que hablo con ella.
El siguiente año yo ya no estaba en casa, y uno de mis hermanos se lo tradujo. Recuerdo poco lo que escribí, pero lo que más recuerdo es lo triste que me puse cuando me contó al teléfono que le hubiera gustado tenerme en casa, delante suyo, leyéndole el poema prometido.
Los años, por los que uno transita como derritiéndose de adentro para afuera, se fueron llevando de a pocos las modulaciones de mi voz, y las expresiones que quería usar para, al volverla a ver, inventar un poema nuevo, ya en español, ya para ella sin condiciones; y ahora seguro me ve solo como al hijo que le manda un regalo por la agencia, y le cuenta por teléfono el contenido del regalo esperando que le guste.
Y es que las palabras bonitas que puedo decir me vienen siempre condicionadas también a mí. Las puedo poner en el papel ahora que nadie me ve, pero no las puedo expresar con mi voz. Le digo al teléfono “te quiero mucho mamá” y me gustaría que ella se diera cuenta que ése es mi poema en otro idioma que le dedico cada vez que hablo con ella.