Estás sentado dentro de tu carro, escuchando a Tracy Chapman a bajo volumen, con las lunas levantadas para protegerte del frío exterior, relajado y hasta por momentos con los ojos cerrados... sin embargo estás mirando.
La gente camina deprisa protegiéndose de la llovizna (en Lima nunca llueve); algunos te miran al pasar, y tú sigues relajado. Tu carro se está mojando porque el estacionamiento es sin techo, pero no importa. Tú estás adentro, y lo demás no importa.
Hasta aquí las cosas que has ido adquiriendo han sido lo importante, hasta aquí la vida ha sido un contínuo esfuerzo por obtener algo más de lo ya obtenido. Es hora de administrar el esfuerzo, es hora de buscar la felicidad.
La música suave de Tracy es un reflejo de lo que quieres para tí en la vida: un desarrollo sosegado, pero intenso, de mucho significado.
Ya saliste de peatón, ahora toca afianzarte lejos del suelo.
Sin embargo, se puede notar en el brillo de tus ojos y en ese algo de niño desconcertado que nunca te abandona, que no sabes cómo empezar a avanzar de nuevo.
La protección del carro no es, como pensabas que sería, el escudo protector portátil para tu necesidad de espacio propio.
Las cosas no son lo importante sino los sentimientos y sensaciones que la vida misma te ha de brindar.
Estás dentro del carro y empiezas a descubrir que eso no es lo importante. Que hay alguien que te espera para avanzar o deterse contigo, eso que importa; que hay alguien contigo para volar o caer, lo que tampoco importa; porque finalmente lo importante es sólo que hay alguien contigo para lo que sea que ha de venir.
De pronto sientes el viento en tu rostro, y mientras sorprendido te desperezas, piensas que allá afuera hay alguien que espera por tí, y sonríes cuando gotas de agua van cayendo sobre tí, y sobre tus pisadas que ahora ya tienen un destino elegido.