Miles de puntitos luminosos.
Me vas contando tus cosas, de lo que te ha pasado en éstos días que no nos hemos visto. Me hablas con ese tono divertido que utilizas las veces que estás alegre, moviendo las manos, levantando las cejas. Yo aprovecho el instante que detienes tu mirada en mí para tocar tu rostro, cuidando de no tapar ante mi mirada los miles de puntitos luminosos que brillan en tus ojos.
Distancia.
Entra un poco de aire por las ventanas abiertas de tu carro, pero no lo suficiente como para desalojar al calor del medio día. El perfume de tu cercanía es el olor que me gustaría para suplir todo el aire que he de respirar en lo que me queda de vida. No te lo digo, pero sabes que me gusta tu olor. Cierro un poco los ojos al acercarme a tí y tu me abrazas. Mientras miro las calles a tu espalda, tengo ganas de decirte que me gustaría saber qué es lo que tengo que hacer para salvar toda la distancia que hay entre nosotros. Toda esa distancia llena de objetos físicos, de afectos no resueltos, de miedos, de condicionamientos.
Miedo.
Tal vez la distancia, que no es sólo física, tampoco sea tan sólo externa. No te lo digo, estoy hablándome a mí, apoyado en tu hombro y con tus cabellos cubriendo la mitad de mi rostro. Pienso. Tal vez la distancia también sea interna. Ser distintos como ser distantes. Enfrentas la vida mucho más realistamente que yo, o tal vez soy yo el que enfrento la vida muy románticamente. Nos soltamos del abrazo y me das un beso en los labios mirándome a los ojos. ¿puedes verme en el marrón de mis ojos? ¿puedes besarme así cada minuto y segundo de todos mis dias para no dar el mínimo respiro al miedo?
Risa.
No soy conversador, lo sabes. Beso tus manos mientras acomodo tus cabellos. Hoy es un dia importante, te digo, y tienes que divertirte mucho. Tu ries y me hablas de la fiesta que tuviste, que bailaste harto. Paso mis dedos por tus labios para acariciar tu risa, que me gusta tanto. Y sí, puedo imaginarte divirtiéndote harto, tu alegría es lo que más puedo imaginar.
Ubicación.
Tienes que irte ya y nos besamos. Nos abrazamos fuerte y me dices que me extrañarás. Yo ya te estoy extrañando desde ese mismo instante. Bajo de tu carro y me pongo frente a él para despedirnos, pero el brillo del sol me enceguece, no puedo ver el gesto de adios ni el beso volado. Tratando de cubrirme los ojos con las manos te voy haciendo adiós, mientras nos miro a ambos desde bien arriba: yo desorientado y aturdido, tu segura y sonriente. Ambos contentos por habernos visto.
Fin.
Camino por esta ciudad que no es mi ciudad. No sé dónde estoy.
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