miércoles, julio 27, 2005

Canción ajena

He visto que en varios blogs suelen escribir un texto y al final del mismo ponen: escuchando la canción tal, cantada por cual.

La razón de ello, imagino, es que al escuchar la canción a la que hacen referencia se han inspirado para escribir el texto que han posteado; o, en todo caso, que lo escrito se relaciona con la canción referida.

Hoy, al llegar al trabajo, con la mente totalmente en blanco, estoy siendo apabullado por la música a todo volúmen que han puesto en la casa vecina (Radio Inka Sat), acaba de terminar un huayno que repitió veinte veces "un par de cervezas más", y están tocando en este momento "Niñachay", de Willyam Luna. Ése sonido, ésa música no me pertenece, ni ha sido buscada por mí, pero ocupa mi ambiente... sigo con la mente en blanco y en la medida que tal imposición a mi entorno continúe, seguiré en blanco por bastante rato más.

Juego ése juego entonces hoy.

"Escuchando quien sabe qué, impuesta por los vecinos, cantada por quien sea".

miércoles, julio 13, 2005

Otra historia, de tantas.

Yo la conocía de algún tiempo atrás, quizá 6 meses o un año, pero siempre como parte de un grupo mayor de amigos y amigas de diferentes colegios.

No recuerdo algún elemento de diferenciación apreciable. No era la amiga del barrio, ni la conocida de la zona. Era simplemente una amiga entre varias amistades.

Un día me contó que la mamá de uno de sus mejores amigos había fallecido, y que le gustaría regalarle uno de mis poemas para ayudarle a sobrellevar esa pérdida.

No recuerdo cómo sabía ella que yo escribía poemas, ni siquiera estoy seguro ahora de que entonces yo lo hacía. Sólo recuerdo que me impresionó oír hablar de un mejor amigo, que me impresionó el gesto que pretendía para ese mejor amigo, y que en ese entonces me desbordaban mis emociones alcanzándome inclusive para crearme una pena y redención, plasmarla en un intento de poema, y obsequiársela al necesitado de tales palabras.

Después de un tiempo ella me contó que a su amigo (seguramente me dijo su nombre, pero mi memoria es un asfalto barato) le había gustado y ayudado mucho el poema. Aún ahora no puedo creer que sea cierto. Me dijo que estaba sumamente agradecido y que él me consideraba amigo suyo también, pese a no conocernos.

No sé cuántas veces, en todas las veces que nos encontramos, me dijo lo mismo; pero nunca llegué a conocer a ese mejor amigo suyo.

Ella empezó a frecuentarme, me buscaba para contarme sus problemas, que eran muchos, y sus miedos, que eran más todavía.

Yo, como casi siempre ocurre, era un río con un cauce de dirección distinta al sendero por el que ella transitaba.

Una noche de apagón, como tantas que hubo en ese entonces, fui con un grupo de amigos a una reunión en su casa. La situación era una tanto extraña porque apenas podía ver sombras (ni siquiera había velas encendidas), y la sombra que era ella me cogió del brazo y me presentó a todas las sombras que habían en su casa (sus padres, familiares, amigos, etc.) como su mejor amigo.

En un primer momento pensé que la incomodidad que empezó a agobiarme era por no poder ver la cara de las personas a quienes me presentaba, pero mientras estrechaba manos y recibía saludos, fui cayendo en la cuenta que era por otra razón más profunda e insalvable: nos conocíamos de hace tiempo, me había visitado en mi casa un montón de veces, me estimaba bastante, y yo de veras la apreciaba, pero para mí ella no era mi mejor amiga. Era mi amiga, pero no mas que eso.

Mejor amigo, me sonaba entonces y me suena ahora, como algo necesariamente recíproco, necesariamente definitivo, necesariamente perfecto.

Lo que siguió a eso no importa ya. No obstante, a veces no dejo de tener cierto sentimiento de culpa, al saber que fui especial e importante para alguien que con las justas podría ser considerada actriz de reparto en esta representación de mi vida.

A veces aún me envía saludos mediante conocidos comunes, me pregunta porqué no la visito, porqué soy un ingrato... y sí, soy un ingrato.

viernes, julio 01, 2005

No todo lo que grita es Loro

Un amigo solía reprocharme mi constante actitud de acercarme teóricamente a la música, no sé muy bien si tiene algo que ver, pero tal vez sea porque a mis trentiún años aún no he aprendido a atarme bien los cordones de los zapatos.