En el mismo momento en que Ross abre grandes sus ojos verdes, asustada por la tracción en su abdomen, le acaricio los cabellos para que se calme, mientras la doctora dice “ya está saliendo, miren como se agarra del cordón” (risas de las enfermeras asistentes: “que gracioso”). Levanto la vista en esa dirección y alisto la cámara digital para las fotos.
En ese mismo instante, cuando ya la estoy viendo salir, como la luz que sale de una linterna, escucho los acordes de Slash empezando la canción que antes me importaba un carajo pero que ahora me dice mucho. Me agacho para decirle a Ross a los oídos, escucha, es para la bebe. Ella sonríe.
Vuelven el temblor y los nervios, tomo confusamente un par de fotos, pienso que ya no estoy solo.
Me invaden en simultáneo la alegría, la tristeza, la nostalgia, las ganas de llorar. Ya había sentido antes esto, cuando nació Romina, tu hermana.
Miro cuando te levantan de los pies, cuando te limpian. Miro tu carita y escucho tu llanto. Me percato que abres tus ojitos y los cierras rápidamente, como si no quisieras ver lo que hay afuera. Julietta, dulce pequeña mía.
Miro tus ojitos que no conocen aún la tristeza, y me siento de nuevo pequeño al no poder construir un mundo exclusivamente a tu medida.
Te cortan el cordón umbilical, y me dicen que me acerque a ti. Te veo llorando, y creo que lloro un poco también. Pero no es momento para tristezas. Me percato nuevamente de la música, y camino a ti exagerando los pasos, como Jack Sparrow (me miran extrañados en la sala de operaciones: “qué gracioso”), mientras canto en voz alta, junto a Axel, “Where do we go, where do we go now, where do we go, sweet child”.
Y ahora adónde iremos, mi dulce pequeña. Dónde nos encaminará la vida.