Al final, cuando Dios, cansado hasta los tuétanos, no podía siquiera abrir los ojos, la noche, el día, el sol, la luna, las plantas, los animales, las cosas, las personas y todo aquello que llamamos vida, empezó a juntarse en una masa trasparente de energía.
El verbo, entonces, empezó a perder letras.
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