Meto mi mano en mi pecho sangrante, te busco como un objeto duro detrás y dentro de mi corazón, mordiendo con fuerza un pañuelo para no gritar, cerrando los ojos para contener las lágrimas de dolor.
Encuentro y encaro el dolor, dejo que la sangre tibia resbale por mi brazo, llegue al suelo y forme un lago tranquilo.
No te encuentro, sin embargo, o es que esto que palpita en mis manos no es mi corazón sino tu. Tu que un día me advertiste que no te dejara entrar. Era tarde ya para entonces.
Aprieto con fuerza este corazón en mi puño, hasta que el dolor deja de ser una sucesión de golpes. Me lanzo a volar, entonces, en el cielo rojo que se ha formado a mis pies.
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