En plena reunión familiar alguien comenta "cada cumpleaños es distinto, no?". En un primer momento no significa nada más que alguien no ha venido, y que la torta, la música y los adornos son distintos.
Las palabras siempre significan algo más cuando te detienes en ellas.
Me acerco al balcón y me enfrento de cara a la noche, a las casas vecinas tan conocidas, y al entorno tan familiar: Cada visita a Trujillo es distinta también, no?.
Dentro de casa vuelvo a ser el hijo que regresa, vuelvo a pedir permiso para utilizar el teléfono, y mamá me vueve a insistir que en el desayuno se toma leche o avena y no café.
Dentro de casa los cambios no interesan mucho porque finalmente estoy dentro de casa.
Hay, sin embargo, algo que va cambiando.
Ya no están las ganas de buscar a los amigos de siempre, ni las ganas de pasear por los lugares conocidos. Salgo de vez en cuando a comprar un libro y regreso a casa, como cuando estás estudiando en un cuarto y te diriges a la cocina únicamente a coger un refresco y volver.
Intento de vez en cuando contagiarme de la lentitud del paso del tiempo de la ciudad; intento emocionarme al ver mi ex colegio, ahora mixto y un tanto más moderno. Intento caminar y apropiarme con la vista de mi ciudad... de la ciudad en que crecí.
Pero cada vez que regreso a Trujillo, lo hago en realidad ya como visitante.
Es cierto que lo exterior casi no ha cambiado. Soy yo el que va cambiando; tanto así que ahora me sorprendo escribiendo un post en una cabina de internet. Tanto así que ahora me sorprendo nostálgico en el lugar de mis nostalgias.
He venido a Trujillo y mi esposa e hija están en Lima... esta vez no he venido completo.
Por lo visto el Paraíso no es un lugar sino las personas a quienes quieres tener contigo.
No quiero pensar más en eso, no por ahora. Intentaré dar coherencia a este post, y regresaré a casa, que cada vez se va volviendo el último reducto del paraíso al que prometí volver algún día.